Borges, poeta filósofo


La impresión que me produce la poesía borgeana es la de una poesía filosófica. Lo cual puede parecer contradictorio si se considera la poesía el ámbito de la emotividad frente a la racionalidad… Pero esta idea es otro de los maniqueísmos que ha pululado al final del pasado milenio: ciencias / letras; libertad / necesidad; razón / emoción; religión / ciencia… La filosofía griega nació en verso. Los presocráticos se expresaban con palabras musicalizadas, medidas, acompasadas en pies alternos… Creo que uno de los méritos de Borges ha sido filosofar libremente en su poesía. La dialéctica filosofía / poesía es falsa. La poesía es el lenguaje de la libertad, del símbolo y la metáfora, del yo mostrándose desnudo y no eludiendo su responsabilidad. La filosofía nació siendo poesía (presocráticos) y diálogo poético (Platón). Fue quizás la escolástica medieval la que encerró el pensamiento en fríos silogismos, restando humanidad al debate científico. Tras el paréntesis renacentista en que renace la forma dialógica, los tratados filosóficos de la última modernidad consagran el monólogo como género filosófico, un drama, porque el narcisismo intelectual se instaló en la cultura occidental.

De ahí que haya que reivindicar la poesía como un lenguaje apto para la especulación filosófica, unido a la voluntad creadora y a la emoción palpitante.

Leamos dos poemas borgeanos de diferentes épocas:


Ajedrez

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre directa y peón ladino
Sobre lo negro y blanco del camino
Buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonías?
(El hacedor, 1960).


Góngora

Marte, la guerra. Febo, el sol. Neptuno,
el mar que ya no pueden ver mis ojos
porque lo borra el dios. Tales despojos
han desterrado a Dios, que es Tres y es Uno,
de mi despierto corazón. El hado
me impone esta curiosa idolatría.
Cercado estoy por la mitología.
Nada puedo. Virgilio me ha hechizado.
Virgilio y el latín. Hice que cada
estrofa fuera un arduo laberinto
de entretejidas voces, un recinto
vedado al vulgo, que es apenas, nada.
Veo en el tiempo que huye una saeta
rígida y un cristal en la corriente
y perlas en la lágrima doliente.
Tal es mi extraño oficio de poeta.
¿Qué me importan las befas o el renombre?
Troqué en oro el cabello, que está vivo.
¿Quién me dirá si en el secreto archivo
de Dios están las letras de mi nombre?

Quiero volver a las comunes cosas:
el agua, el pan, un cántaro, unas rosas...

(Los conjurados, 1985)

Subyacen aquí dos metáforas: Dios ajedrecista, cuyas piezas somos nosotros, (que nos creemos auténticos jugadores de ajedrez); y Dios archivero, custodio de un secreto archivo. Ambas metáforas abren la puerta a una reflexión acerca de la libertad y el determinismo; el destino, el tiempo y su origen; la apariencia y la realidad; el dolor, la identidad... cuestiones que atañen tanto a la religión como a la filosofía. Las palabras del poeta se mueven entre la certeza y la duda, entre quien afirma y quien pregunta, algo propio del método filosófico desde que Sócrates cuestionara y se cuestionase. «Dios mueve al jugador». El hombre no está solo, no es independiente. Pero ¿Dios es el inicio? «¿Qué dios detrás de Dios?», pregunta Borges. El tiempo y su comienzo son un misterio. No hay respuesta fácil. La historia es una trama de «polvo y tiempo», pero también de «sueño y agonías»; sueño propio de quien conoce, sabe que conoce y se pregunta qué es conocer; agonías propias del que vive y siente y sabe que siente, sufre, es consciente de ello, y puede expresarlo.

El poema «Góngora» asevera que Dios posee un secreto archivo. Dios como archivero, bibliotecario, documentalista, una inmensa memoria informática abarrotada de archivos, diríamos hoy. «¿Quién me dirá si en el secreto archivo / de Dios están las letras de mi nombre?» Interrogante que relaciona el archivo de Dios con la propia identidad. ¿Quién soy, qué soy? ¿Soy nombre o alguien? ¿Mi nombre está en Dios? El papel de Dios en estos poemas borgeanos no es decorativo, sino fundante; evoca cuestiones sobre el sentido: la vida, el mundo, el tiempo, la identidad. Si, como decía Kant, Dios, el mundo y el hombre, son los grandes temas de la filosofía, conforman igualmente tres grandes argumentos literarios que se iluminan mutuamente.

Ambos poemas revelan bien la actitud de Borges hacia Dios. El autor argentino se muestra agnóstico, dudoso acerca de Dios, pero no olvidado de Él: no zanja la cuestión. En numerosas ocasiones de una manera u otra aparece Dios en sus versos. Borges poseyó un notable interés por la filosofía, de la que hizo abundante lectura. Y su actitud ante Dios es la de un filósofo que se pregunta por el sentido del hombre, del mundo, de la vida y de la muerte, del tiempo.

En una entrevista de 1967, Borges reconoce que las constantes que determinan su obra literaria son, por orden de preferencia: 1) el tiempo; 2) Dios; 3) la ilusión de eternidad tanto en la precaria condición humana, como en la búsqueda de identidad del hombre consigo mismo y con su destino; y 4) la libertad. (Romero, 1977, 465).

En Borges confluyen significativas corrientes de la Modernidad. Hijo de madre católica, se inclina más por un cristianismo protestante. Lector de filósofos panteístas, ateos o agnósticos, es un ferviente admirador de Chesterton, apologista católico. Romero concluye así su agudo estudio sobre Dios en la obra de Borges:


"En la urdimbre de la obra borgeana se entrelaza un agnosticismo filosófico, en su teodicea, que considera a Dios como una hipótesis, de la que resulta imposible admitir la realidad de su contenido, por carecer de la posibilidad de verificarlo. Este pensamiento se entrecruza con una tendencia sicológica de su teología, que cree en Dios, con una fe, que ha evolucionado bergsoneanamente, de un catolicismo inicial, a un swedenborgeanismo cristiano, cristocéntrico, con personales características de un eclecticismo escéptico. Brevemente, Borges cree en el Dios del Cristianismo, pero su fe no supera la incertidumbre de su razón". (Romero, 1977, 494).

Borges es claro artífice de una obra literaria con alcance filosófico. Una creación que puede disfrutarse por su belleza al tiempo que reflejar la búsqueda de sentido. Su obra hace patente que el mito y el logos, el relato y la especulación racional no tienen por qué ser antagónicos. Y la presencia de Dios en su obra es prueba evidente de ello.
Antonio Barnés
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Romero, O. E. (1977): «Dios en la obra de Jorge L. Borges: Su teología y su teodicea», Revista iberoamericana, 43 (100), págs. 465-501.



DE LO ESPIRITUAL EN EL ARTE

Queremos inaugurar esta revista cuatrimestral con un monográfico sobre lo espiritual en el arte, entendiendo por espiritual aquella faceta de lo humano que no es meramente corporal o sensitiva y que puede conectar con Dios. Ahora que lo espiritual se asocia más bien a un supermercado de la Nueva Era en un universo cerrado e inmanente con olor a sándalo y sonido de platillos indios, mostramos aquí a quienes desde la pintura, la poesía, la filosofía, la música, el cine, etc., conciben más bien un universo que no huele a cerrado sino que se abre a la trascendencia. En vez de la esfera, la cruz. 





Francisco Lorca

Hiram Barrios

Victoria Cirlot

Jesús Cotta

José Jiménez Lozano
Ángel Justo Estebaranz

Antonio Barnés