La poesía de Ibáñez Langlois como profesión de fe


Un fervor de púlpito y un intenso latido místico empapan el verbo hecho cura del chileno José Miguel Ibáñez Langlois, a cuya poesía nos lleva el tren de cercanías de la antología que la editorial Númenor editó a cargo de Enrique García-Máiquez en 2006. Oficio es su título, en la doble acepción de vocación profesional y de rito litúrgico. En Ibáñez Langlois llega a ser obsesión —e incluso combate interior— la concepción del poema como herramienta de apostolado, de proclamación de la buena nueva, de grito de Cristo en el mundo:

Que Dios me deje ciego
si alguna vez de olvido de su Iglesia
por escribir palabras.

En los primeros libros de la antología (los títulos comprendidos entre 1958 y 1968), la voz del poeta chileno, atravesada siempre de su amor a Dios, presenta un tono intimista, un susurro de oración que se perderá en libros posteriores para abrirse más al hombre:

Por verte camino yo, por verte
y el viento que sopla en el desierto
por verte yo, sopla, por verte
yo camino y sopla el viento, por verte.

Poemas dogmáticos, en 1970, será el libro que inaugure la nueva voz de Ibáñez Langlois, que asumirá un timbre profético y jeremiaco en la visión profundamente crítica de una modernidad que parece definir el progreso por el olvido de lo sobrenatural:

Los antiguos pensaban
que el fiero mar se amansa a la orilla del mar
por voluntad de Dios
y que el día y la noche se suceden por obra
del Espíritu Santo.
Nosotros los modernos
sabemos que ello ocurre por causas naturales
de fácil comprensión
amén.

La vocación profética del autor alcanza su máxima expresión en una obra monumental: Futurologías, de 1980. En lo formal, el verso se desvincula de la puntuación y de la progresión sintáctica, injiere palabras y frases en otros idiomas y adopta un tono coloquial e incisivamente irónico. El resultado, un estilo furente y oracular que convierte este libro en un verdadero treno de Jeremías en su análisis desolador y escéptico de los logros y horrores del siglo XX. Sus profecías radiografían los tumores que aquejan a la Humanidad contemporánea en las ciencias, la historia, el culto al cuerpo, la política, la teología de la liberación, la propia poesía:

La nueva poesía       qué se creen
es un género que sabe lo que piensa
eso sí la ironía su sal su sabor
cuidado con ponerse demasiado formal
ya murieron los academicórum.

Como él mismo reconoce, la ironía nutrirá el meollo de su arte poética, como manifiesta uno de los repasos más emotivos realizados al pensamiento humano: Historia de la filosofía (1983). Desde la admiración, el poeta evoca a los grandes pensadores de la Humanidad, sobre todo aquellos que más decisivamente acercaron la mente humana al Logos, como Aristóteles, Santo Tomás o Pascal; y cuestiona con humor las teorías que niegan la dignidad del hombre o rebaten la existencia de Dios:

Aló aló
con la casa de monsieur Foucault
aló Michael aló
no me vengas Michael con que no existes
con que el hombre es un invento del siglo XVIII
te pillé

Uno de los grandes momentos de la antología reunida por García-Máiquez lo constituye sin duda el Libro de la Pasión (1986). El antólogo, abrumado en esta ocasión por la inmensa emoción y la hondura teológica sostenidas durante todo el poemario, renuncia por esta vez a su labor de criba y mantiene la obra en su integridad. Habituados quizá a una poesía sagrada de raíz tradicional e incluso barroca, la escenografía planteada por Ibáñez Langlois tiene trazas del más puro vanguardismo en las imágenes (Los dolores del mundo tienen buena memoria / jamás se les olvida que fueron Jesús), en la puntuación, en la métrica versicular, la anacronía futurista (Padre si puede ser / haz que pase de mí hacia el infinito / la invasión de Polonia por los nazis / la invasión de Praga Budapest Varsovia por los tanques rusos / la desolación de Vietnam por los bombarderos norteamericanos) y la osadía verbal (Simón el Celador anda examinando pecados sociales al amanecer). Un verdadero logro artístico, emocional y teológico.

Veinticinco años después de los primeros Poemas dogmáticos, Ibáñez Langlois publica una segunda serie en 1995, con el común denominador de la brevedad. Los temas se mueven entre la crítica social y política, la propia conciencia sacerdotal y el gozo del hombre como criatura de Dios:

Soy la imagen de Dios que se pasea
entre puras imágenes de Dios
soy el espejo roto de Dios sobre la tierra

El último libro escogido para la antología es El rey David (1998), un personaje bíblico muy querido por el poeta, quizá por esa conjunción de hombre débil, pero tocado por Dios, paradoja que atraviesa toda la obra poética del chileno y que halla en los poemas dedicados al adulterio del monarca israelita con Betsabé su expresión más convincente:

David amó a Betsabé con el amor de todos los tiempos
la amó con el amor pitecántropo del fondo de las cavernas
la amó con los cortejos elementales del neolítico
con el eros de Grecia y la dilectio de Roma
la amó como las invasiones de los pueblos bárbaros
la amó con la suma cortesía provenzal de los trovadores
y con el amor caballero andante hacia el espejismo de la su dama

Con el recurso de la enumeración caótica, tan querido por Ibáñez Langlois, estos poemas significan, como el conjunto de toda su obra, la doble vertiente del ser humano: la de su condición animal y pecadora, y la de su privilegio sobrenatural como criatura elegida por Dios. De ahí que su poesía sea un constante y ferviente acto de compromiso humano y eclesial, una herramienta de apostolado y una autoafirmación de filiación divina. En definitiva, una profesión de fe, en su doble sentido de proclamación y de oficio, porque en la poesía de Ibáñez Langlois la creencia y la vocación poética conforman un todo necesario e indisoluble que halla su formulación en una de las voces líricas de timbre más personal de las últimas décadas.

Daniel Cotta



DE LO ESPIRITUAL EN EL ARTE

Queremos inaugurar esta revista cuatrimestral con un monográfico sobre lo espiritual en el arte, entendiendo por espiritual aquella faceta de lo humano que no es meramente corporal o sensitiva y que puede conectar con Dios. Ahora que lo espiritual se asocia más bien a un supermercado de la Nueva Era en un universo cerrado e inmanente con olor a sándalo y sonido de platillos indios, mostramos aquí a quienes desde la pintura, la poesía, la filosofía, la música, el cine, etc., conciben más bien un universo que no huele a cerrado sino que se abre a la trascendencia. En vez de la esfera, la cruz. 





Francisco Lorca

Hiram Barrios

Victoria Cirlot

Jesús Cotta

José Jiménez Lozano
Ángel Justo Estebaranz

Antonio Barnés