Antonio Cabrera, in memoriam


José Julio Cabanillas.- Hay poetas que nacen en la madurez, cuando por fin se apagan todas esas voces huecas, negras, altivas del Yo adolescente, del jovencito que tantea -a medias inmortal, a medias miedo- y hurga por sus adentros, por las grietas resonantes de la conciencia.

Hay poetas que nacen con la madurez y ya traen aprendido que muy pocas cosas propias van en serio, porque no han venido a escucharse sino a mirar las criaturas que componen el mundo. A mirarlas despacio, una a una, a través de esa tela frágil que protege el globo ocular que es, quizá, el globo terráqueo. Han venido a mirarlas con la sien a ras de tierra -arrodillados los ojos- porque así es como se deben mirar los seres cuando son de verdad y se nos presentan con su íntimo nombre, dispuestos a dar la lata, a decirnos:

‒Yo existo, mírame. ¿Qué haces ahí embodado, tristón, en mitad de la fiesta?  ¡Los ojos, bien abiertos!

Entonces ese hombre maduro, ese poeta, nos entrega un montón enorme, casi infinito, de seres: un almendro, una fuente, una aulaga, las águilas, un olivo, un arroyo… Porque el mundo es esos tres puntos suspensivos, un gozo, un brinco.

En La última foto que vi de este poeta, tras su accidente, tenía el rostro afilado y ¡esos ojos! Se parecía a Azorín. Como el maestro del 98, él tuvo la lucidez y la exactitud, también el candor y el asombro.

A veces hay un hombre que nos enseña eso: que cada cosa es un regalo espléndido. Uno de ellos se llama Antonio Cabrera. Ninguna de esas cosas sabe que ha muerto. Las dijo con alegría, como el buen Dios. Sus versos pastorean un rebaño de nubes por un Jardín enorme que se adentra más y más lejos, más y más hondo.

Hay palabras que parecen guardadas para él, que a él solo le fueron dadas. Por ejemplo, estos


PÁRAMOS ALTOS

Altos son estos páramos que cruzo,
país de la intemperie. Las sabinas,
con un pétreo porqué,
han tejido sus ramas geológicas
en conos de esmeralda que el aire ensucia y seca.
La calima me roba el horizonte.
¿Son así, retraídos, estos árboles?
¿Es polvoriento el cardo? ¿No es de un lila inocente?
¿Es tan moroso el vuelo de las águilas? ¿No concluye?
¿Se ha apagado el charol de las cornejas?
Siempre hay calima. Siempre estamos
en la proximidad más engañosa.
Estamos lejos aunque cerca estemos.
Qué pobre mineral, qué poso tan estéril hay en lo comprendido.
Existe un sitio adonde escapa todo.






DE LO ESPIRITUAL EN EL ARTE

Queremos inaugurar esta revista cuatrimestral con un monográfico sobre lo espiritual en el arte, entendiendo por espiritual aquella faceta de lo humano que no es meramente corporal o sensitiva y que puede conectar con Dios. Ahora que lo espiritual se asocia más bien a un supermercado de la Nueva Era en un universo cerrado e inmanente con olor a sándalo y sonido de platillos indios, mostramos aquí a quienes desde la pintura, la poesía, la filosofía, la música, el cine, etc., conciben más bien un universo que no huele a cerrado sino que se abre a la trascendencia. En vez de la esfera, la cruz. 


Francisco Lorca

Hiram Barrios

Victoria Cirlot

Jesús Cotta

José Jiménez Lozano
Ángel Justo Estebaranz

Antonio Barnés