Humanitas es para
nosotros una palabra preñada de sentido porque la labor de los humanistas se llevó a cabo con dicho propósito. El término fue empleado por cierto número de escritores romanos,
incluido Aulo Gelio, Varrón, Plinio el Viejo, Séneca, Quintiliano y, sobre
todo, Cicerón. Podemos rastrear dos significados en el uso que le dieron al
concepto tanto estos autores como los humanistas del Renacimiento. Como
veremos, ambos se relacionan entre sí. En su centro yace un sentido primario de
la humanidad como virtud inspirada por el conocimiento. Analizando con
detenimiento el modo en que utilizaron dicho concepto, es posible descubrir qué
tradiciones de pensamiento fueron empleadas por los humanistas y qué uso
hicieron de ellas.
Para ello, debemos remontarnos hasta Petrarca, quien lo
exhumó. ¿Qué fue lo que encontró en las páginas de Cicerón? El significado
básico de la palabra apunta al sentimiento humano y se aplica a la simpatía o
la afabilidad. En De Oratore, Cicerón
la usa para denotar esa cualidad amigable o calidez que empleamos con nuestros
invitados durante una reunión social, una versión de la misericordia que templa
la ira y el egoísmo. Asociada con la justicia, la humanitas pone a prueba el legítimo deseo del hombre de una
retribución (De Officiis, II, v, 18)
y le induce a otorgar mayor valor a un esclavo harapiento que al más preciado
caballo (ibíd., III, xxiii, 89).
La palabra, asimismo, posee connotaciones de urbanidad y
civilización, frente a la rusticidad y la barbarie. El hombre que le da la
espalda a la humanitas es rústico (inurbanis) e iletrado (De Orat., II, x, 40). En otro pasaje,
Cicerón saca a colación a Numa Pompilio, el segundo rey de Roma, que disuadió
del uso de modos belicosos en los mercados, los juegos y los ritos religiosos,
conduciendo a los hombres a la humanitas
y la gentileza. Antes de ello, se comportaban de manera brutal e inhumana (De Re Pub., II, xiv, 27). En una línea
similar, Cicerón observa en el De Legibus
que, de entre las muchas cosas divinas y excelentes que Grecia ha legado a la
humanidad, ninguna mejor que los misterios religiosos gracias a los cuales los
hombres han sido pacificados y “perfeccionados”, pasando de un estado tosco e
“inhumano” a otro de humanitas (II,
xiv, 36).
A primera vista, esta noción de humanitas como refinamiento no parece ajustarse al sentido
primario de “sentimiento humano”. De hecho, los propios romanos meditaron
acerca de estos complejos significados.
«Quienes acuñaron términos latinos y los utilizaron
correctamente no pretendieron dar a humanitas
el significado que la gente piensa -lo que los griegos dicen φιΛανθροπία, que
significa cierta cordialidad (dexteritas)
y benevolencia (benivolentia) hacia
todos los hombres sin distinción-, sino que llamaron humanitas más o menos a lo que los griegos denominan παιδεία y
nosotros educación e instrucción en las bellas artes. Quienes de verdad las
ansian y las buscan, ésos son los más humanos. Y es que, de todos los seres
vivos, sólo al hombre (homo) le ha
sido otorgado el interés y el cultivo de tales artes, motivo por el que se forjó el
término de humanitas.
Tal fue, pues, según ponen de manifiesto casi todos los
libros, el sentido en el que los antiguos emplearon esta palabra, especialmente
M. [Terencio] Varrón y Marco Tulio [Cicerón]. Por eso me parece suficiente con limitarme, de momento, a citar un solo
ejemplo.
Transcribo, pues, un pasaje de Varrón, perteneciente al
libro I de Las cosas humanas, que
comienza así: “Praxíteles, quien, gracias a su insignes cualidades artísticas,
no resulta desconocido a ninguna persona un poco culta (humanior)”. Empleó el término humanior, no en el sentido corriente, como sinónimo de accesible,
afable y benevolente, aunque carente de conocimientos literarios -pues esto en
modo alguno casaría con la frase citada-, sino en referencia a una persona
instruida y sabia.
(Aulo Gelio, Noches
áticas, XIII, xvii; trad. de Manuel-Antonio Marcos Casquero y Avelino
Domínguez García.Universidad de León, Secretariado de Publicaciones, 2006)
Si este fuese el único sentido de humanitas, sería difícil entender cómo un sentimiento humano podría
haber sido asociado con un conocimiento intelectual o por qué llegó a resultar
una idea tan poderosa en la Italia del s. XV. El uso de la palabra puede darnos
algunas pistas: Aulo Gelio la hace derivar de un término griego, mientras que
Cicerón hace lo mismo, enfatizando el hecho de que los profesores griegos de
retórica poseían una doctrina y una técnica de lenguaje “merecedora de humanitas” (De Orat., III, xxiv, 94). Este autor abre su tratado De senectute con la afirmación de que la
humanitas era una cualidad que su
amigo Ático se había traído a Italia de Grecia.
¿Qué fue lo que importó? En De Re Publica, humanitas denota que la cualidad esencial que deben
compartir los hombres y sin la cual no pueden ser considerados como tales. Tan
solo quienes se han perfeccionado en el arte “propio de la humanitas” merecen dicho calificativo. Se narra entonces una
historia acerca del filósofo Platón:
“Habiéndolos arrojado la tempestad a tierras desconocidas y
a una playa desierta, en medio de los temores que la ignorancia del sitio
despertaba en sus compañeros, dicen que descubrió varias figuras de geometría
que había dibujadas en la arena, y dijo, al momento que debían concebirse
buenas esperanzas, porque había visto vestigios de hombres; interpretacion que
hacía, como se ve, no de la cultura de los campos, sino del encuentro de las
señales de la ciencia” (trad. de Antonio Pérez García, Madrid, 1848, pág. 63).
En otro pasaje, Cicerón declara que ningún tirano puede ser
llamado hombre (y mucho menos rey) desde el momento en que no aspira a una
“comunidad de justicia ni a una societas
humanitatis con sus conciudadanos ni con la humanidad entera” (II, xxvi,
48).
Estas referencias indican que humanitas se había convertido también en un concepto que incluía
connotaciones tanto relativas al sentimiento humano como al conocimiento
necesario para comprender la naturaleza de la humanidad. Esta es la propuesta
de los estoicos. Esta escuela filosófica griega creía en una fraternidad
universal derivada de la propia condición humana. La razón, que consideran como
la parte divina del hombre, es la única que puede proporcionarnos un conocimiento de ella. Humanitas, por
lo tanto, incluía tanto un amor natural humano por sus semejantes como ese tipo
de comprensión gracias a la cual es posible dejar a un lado el amor al placer y
el miedo al dolor como únicos móviles de la conducta individual. La razón, que es el elemento que el hombre
comparte con Dios y sus congéneres, se revela también como el instrumento que puede sobreponerse a la subordinación de la mente a los apetitos corporales y a
las expectativas mundanas. Elevando sus ojos hacia los cielos, el hombre puede
reconocer su familiaridad con los dioses, y al volver a bajarlos hacia la
tierra comprenderá de manera más intensa su deber de ayudar a sus amigos, a sus
compatriotas y, en general, a toda la humanidad. Este era el mensaje del Sueño de Escipión, el sexto y único
libro de la De Re Publica de Cicerón
que conoció el Renacimiento de primera mano. En él encontramos las enseñanzas
del estoico tardío Panecio, en cuya escuela Cicerón se educó, desarrolló su
gusto por la retórica y la historia y fortaleció un poco su patriotismo romano.
Aquí reside la substancia de lo que significa humanitas para Cicerón: denota la persecución de la sabiduría
gracias a la cual el alma racional se conoce a sí misma y descubre su
familiaridad con Dios en las alturas y con los hombres aquí en la tierra.
Civilizado de este modo, el hombre puede ayudar a sus semejantes, en especial a
sus compatriotas, a alcanzar celebridad y seguridad. La retórica convencerá a
los hombres donde la lógica se muestra impotente, ya que el discurso es “el
promotor de la sociedad humana” (De Leg.,
I, ix, 27) y puede convertirles a la virtud gracias al precepto o al ejemplo
histórico.
Este vocabulario de razón y humanidad lo utiliza Cicerón con
mayor profusión, si bien dichos sentimientos fueron compartidos por Séneca,
Varrón, Aulo Gelio y algunos otros. Por ejemplo, en De Constantia Séneca declara que el sabio no puede ser doblegado
por la Fortuna porque trabaja por el bienestar de la humanidad (xix, 4). Un
pasaje de su De Ira muestra que esta última frase era otro nombre para humanitas. Desde el momento en que los
hombres viven en comunidades, deben valorar su humanitas, lo cual conseguirán
contemplando la mortalidad humana (III, xliii, 3; cf. II, xxviii, 2).
La educación que requiere la humanitas es de índole sobre todo literaria, si bien el pasaje de
Aulo Gelio citado anteriormente revela que para poder hablar de “humanidad” es
preciso desarrollar una apreciación de las bellas artes. Esta idea viene a
colación a propósito de un llamativo pasaje de De lingua latina, de Varrón: “Una cosa le basta al hombre” escribe,
“y otra distinta a la humanitas. Una
copa cualquiera le basta al primero para saciar su sed, pero no satisfaría las
demandas de la segunda a no ser que sea bella” (VIII, xvi, 3).
(Fragmento del libro The Italian Renaissance: The Origins of Intellectual and Artistic Change Before the Reformation de J.N. Stephens, publicado por Longman en Londres, en 1990. La traducción es de José Luis Trullo).
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REHUMANISMO
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PRESENTE Y FUTUROS DE LA TRADICIÓN
REHUMANISMO
Desde Numen queremos reivindicar, con humildad y con orgullo, la belleza de un concepto, el de rehumanismo, que conduce no solo a la libertad y la igualdad de todos los miembros de nuestra especie, sino sobre todo a la fraternidad. Esta es la cumbre de las otras dos, porque si el amor al hermano no es libre no es amor y si el hermano no es igual a mí no es hermano. Igual que a los romanos les cautivó no el mensaje de los cristianos sino el amor que dispensaban, el mayor atractivo de este rehumanismo es su canto a la belleza y excepcionalidad de este hombre que Homero cantó y Cristo declaró más valioso que todos los lirios y pájaros del campo, para salvarlo no solo de la ignorancia y la oscuridad, sino sobre todo del desamor. Reunimos un conjunto de textos, de diversa vocación y naturaleza, con un ánimo común: el de invitar a reinventar el valor de lo humano a través del amor.
Jesús Cotta
John N. Stephens
Armando Pego:
Jacinto Choza
Ander Mayora
José María Jurado
José Luis Trullo
Manuel Neila:
Antonio Pele
Emilio López Medina
José Julio Cabanillas
PRESENTE Y FUTUROS DE LA TRADICIÓN
La naturaleza humana consiste en una vida dotada de logos o en un logos dotado de vida. La tradición tiene mucho que ver con ella: nos transmite como algo precioso el modo cultural en que los que nos han hecho posibles han ido desplegando antes de nosotros esa naturaleza híbrida tan única en el cosmos. Sin embargo, con el progresivo desarrollo de la Ilustración, los grandes referentes tradicionales (religión, tradición y naturaleza) han sido sustituidas por los de ciencia, progreso y autonomía individual: las trillizas de la razón frente las trillizas del miedo, lo irracional, la neofobia. En el presente monográfico hacemos balance de las consecuencias del abandono de la tradición y de su necesaria reevaluación como pauta de diálogo entre generaciones.
Jesús Cotta
Raimon Arola
José Luis Trullo
Miguel d'Ors
José Julio Cabanillas
Antonio Rivero Taravillo:
Javier Recas
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DE LO ESPIRITUAL EN EL ARTE
Incluimos tanto textos y entrevistas de reflexión general, acerca de la mística y la racionalidad, del espacio que ocupa el cristianismo en la sociedad moderna, de cómo la herencia clásica grecorromana se proyectó hacia el modelo de hombre cristiano, del modo en que el arte acoge lo espiritual en nuestros días, o de la capacidad de la música para abrirse a la trascendencia; como desarrollos de aspectos más concretos, caso del modo en que Dios ha sido abordado por la poesía y el aforismo, o los tratamientos particulares de la temática religiosa en algunos autores (Borges, Ibáñez Langlois).
Francisco Lorca
Jesús Montiel
"Dios es un amor que nos sostiene"
Jacinto Choza
La actitud religiosa de Juan Ramón Jiménez
Hiram Barrios
Victoria Cirlot
Jesús Cotta
José Jiménez Lozano
José Julio Cabanillas
Sira Hernández
Ángel Justo Estebaranz
Antonio Barnés